Crear literatura propia hablando de la ajena

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Hace unos meses cayó en mis manos la ópera prima de Emma Cline, Las Chicas, un libro que devoré en unas pocas horas. Tanto lo disfruté, que me dejó un cierto desaliento cuando llegué la última página. Terminar un libro, a veces, es como quedarse huérfano. A pesar de las montañas de historias que esperan pacientes en la mesilla de noche, nuestro cerebro se articula para buscar una continuación de esa sensación que producían las páginas que acabamos de dejar atrás.

Emma Cline me trasladó al vértigo y miedo que produce la adolescencia, aquellas incontrolables fuerzas que nos hacían vivirlo todo aún sin saber si era eso lo queríamos. Una etapa en la que nuestra mayor preocupación era ocultar el acné y que nadie se realmente somos. Vivir los 16 es, y siempre ha sido, nuestra propia estrategia de marketing. La más mordaz.

Nadie me había explicado que a través del libro acabaría llegando a sentirme incómoda con los recuerdos, a querer reescribir mi cuento, a expulsarme a mi misma de algunas secciones de mi historia. Llegué a Cline porque la viralidad de las redes sociales es como una fulgurante enfermedad que te atrapa y no te suelta, como algunos libros. Podría haber sabido de la historia de Evie y sus amigas en las críticas de los suplementos que suelo hojear, en el catálogo de la Fnac o en las conversaciones con amigos en el café de la esquina. Pero no fue así. No fue así porque nuestros referentes, nuestros prescriptores, ahora son también otros.

Y es que a veces nos sentimos más cercanos a los gustos de un usuario de Instagram o a un cliente de Amazon, que entre fotos bonitas y estrellas de satisfacción dejan la impronta de lo que les parece un buen libro para que nos devore el tiempo, porque ojo, nosotros no devoramos las historias, son ellas las que nos engullen por completo. Los libros nos devoran el alma, nos la miman, nos la colorean. Y sin embargo, cada vez recurrimos menos a alguien con la facultad de discernir entre lo que comporta un viaje maravilloso y lo que solo es un bulto de palabras en Times New Roman. Puede que cada vez nos sintamos más alejados de los críticos, que, pese a su bagaje y conocimiento no permitimos que nos orienten en nuestras nuevas lecturas.

Quizá sea porque estamos cansados de críticas de best sellers que no tenemos intención de leer. Es posible que busquemos personas que no solo nos hablen de los libros, sino que procuren conectar con el lector y descifren qué quería transmitir el autor de la obra y en qué mundos y sensaciones nos puede hacer sumergir.

¿Será que cada vez es menos frecuente encontrar críticas metaliterarias, valoraciones de novelas o ensayos que vayan más allá de lo meramente formal, y que creen una literatura propia al hablar de literatura ajena?. Al fin y al cabo, la crítica también tiene, o debería tener esa parte de literatura , porque, ¿no es viajar a través de ella lo que esperamos siempre que leemos?

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